Era ella. Venía en la muchedumbre que se desbordó en la calle como todo mediodía. Habían pasado unos doce años pero supe que era ella. En su rostro no había rastro de las mordidas del perro, mas conservaba en sus ojos el mismo ciclón con que me miró aquel domingo en el hospital. Quise acercármele y abrazarla, tocar sus mejillas, besar sus párpados. Me detuve a unos pasos, temiendo no recordara aquel día decisivo. La seguí. Me asombró la agilidad de su andar y la seguridad de su cuerpo, era como si estuviera tan arraigada a sí misma o como si conociera cada uno de los pliegues que se forman en su piel. Ya no era la niña débil que se deshacía bajo las sábanas de aquella tarde pastosa. Yo tampoco soy el mismo, por eso no me le acerco, ¿qué pensaría si me le cruzo ofreciéndole mi pecho con los brazos extendidos? ¿y si no me conociera? Lo recuerdo, yo sí lo recuerdo; las imágenes se suceden unas tras otras, raudas, como un riachuelo en picada. El café frío, la arepa triste. Me vestí adormilado y sólo vine a espabilar cuando me estaba pintando. Me habían contratado para ser doctor del alma o mejor dicho, un payaso de hospital. Estaba a mitad de carrera y tanta hambre y cama sola me tenían devastado. Hice prometer a quien me contrató que nunca diría a nadie lo que estaba por hacer. Salí al pasillo con las mejillas tan ruborizadas por la vergüenza que no hubiera hecho falta ponerme pintura roja. Las orejas me ardían y el sudor empapaba mis manos que hasta largué el maletín. Me sentía aminorado, yo, estudiante de medicina, disfrazado de payaso para ganarme unos reales. Andaba rápido, evitando las miradas. Ya en la puerta de su cuarto quise volverme corriendo, prefería morirme de hambre que perder la dignidad, pero respiré profundo y me acomodé la bata. Algún día sería doctor, de verdad, y mi cama no estaría sola ni mi dispensa vacía. La seguí como si tras ella el mundo se deshiciera y sólo mi cuerpo junto al de ella avanzaran a un compás. Estaba tan diferente, tan compacta, en una pieza, que llegué a dudar un momento si era la misma que conocí. Lo recuerdo, su carita multiplicada en las burbujas de jabón que le soplé, transmutaron su semblante y desinflaron mi pecho. Había llegado a su cuarto casi arrastrando los pasos. Sentía rabia, pero más sentía hambre. Tanto domingo a la orilla del catre, sudando las penas, soñando un futuro. El trabajo sería transitorio y en lugar de entrar a las habitaciones con esta pinta burlesca, entraría muy erguido, luciendo mi bata blanca, una de verdad, y las enfermeras y los pacientes desbordados en mis ojos llenos de sabiduría y Hola Doctor, buenos días… Gracias por salvar a Dora… Doctor, qué bonita su familia… y adiós insignificancia. Cuando le vi el rostro surcado de heridas, un quejido confuso apretó mi pecho. Apenas oí la frase de la enfermera: La mordió un perro, olvidé las supuestas miserias de mi vida sola, al imaginar su cuerpito bajo las sábanas, deshecho y tembloroso. No le permitían hablar pero en sus ojos tenía inscrito un lenguaje transparente. Estaba a tres pasos de tocar su espalda y de sólo pensar que al voltear su rostro sobre los hombros me miraría aturdida, reduje el andar y ganó distancia, bamboleando las caderas en su tránsito ligero. Aún recuerdo su gesto cuando, aturdido todavía por la pena que me daba, saqué del maletín a cuadros una jeringa de goma. Le guiñé un ojo y abordé por detrás a la enfermera que estaba inclinada sobre su cama. Alcé el brazo y con fuerza simulé que le inyectaba una nalga. La enfermera me miró con desprecio y salió de la habitación balbuceando por lo bajo. Floreció en mí una picardía secreta que no sé donde guardaba, era como si el niño que dejé de ser cuando me vine a Caracas se estuviera revelando. Tomé los récipes de su mesita y para leerlos me coloqué los gigantes lentes que traía en un bolsillo. Vi por encima del papel, y su rostro desbordaba un arrollo cristalino. Gané confianza y aunque no hubo palabras, sentí un vínculo poderoso, con ella y conmigo mismo. Luego soplé las burbujas de jabón y en cada una de ellas se reflejaba su cara, límpida, rebasada por un gesto de inocencia que curaba las heridas: las mías. Y me sentí más médico y más humano y con cada sonrisa y mirada alegre más payaso y redimido. Y bailé alrededor de la cama despojándome de la bata, y con ella, de complejos. Por eso, cuando vi partir la buseta donde se había subido e imaginar que todos los caballeros pelearían por darle un puesto y que las mujeres del barrio se morían por ser su amiga aunque envidiaran su rostro, no lamenté ni un momento la decisión que tomé. Pude haber sido doctor, pero me hice payaso; un payaso de hospital.
martes, 25 de agosto de 2009
UN PAYASO DE HOSPITAL
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13 comentarios :
Que cuento más hermoso Juan!, Como nos sana el amor de la gente, la alegría que nos transmiten, más que un título grande es necesario un gran corazón. Te felicito. Me robaste unas lagrimitas acompañadas de una sonrisota.
Gracias por tu comentario Liz, te confieso que yo mismo me asombré cuando terminé el cuento. Nunca pude construir una historia de este tipo hasta que me resolví con la trama de este payaso.
Un abrazo y nos seguimos leyendo.
Nif, Nif!! Imposible no llorar, Y eso que hoy lo leo por segunda vez, antes de ayer me quedé muda. Me recordó mis inicios en educación especial. Pero aparte de eso el relato lleva implicito un "reactivo de auto crítica"Imposible leerlo y no preguntarse ¿Y tu que, en que andas? Como estas contigo mismo? FELICIDADES de por esa creación...Un abrazo..
Grcias Liliana, me encanta que te guste mi humilde cuento. Lo hice motivado por un amigo que conocí en Caracas y se dedica al noble oficio de alegrar corazones en los hospitales.
Ojalá hubieran más oficios así!!!
Un abrazo
Y aprovecho para decir... ¿Y los comenterios para mis tareas? disculpa la fiebre, se que estas muy ocupado,pero escuché que son muy buenas tus orientaciones y me muero por escuchar las mías...Oppss! saluditos pues..
epale juancho buen cuento man! saludos y exitos!
andrés colmenárez
Gracias Andrés, que bueno verte por estos lares.
Un abrazo hermano.
al principio mis prejuicios se impusieron porque vi que no era un relato fantástico o gore, pero algo me dijo que siguiera leyendo, y al final, te lo juro que no vi la bala que me voló el cerebro jajajaja, que final... gracias a todo eso pude recordar que el cuentista no solo escribe sobre gente importante, heroes o villanos, la magia de todo esto a fin de cuentas es contar historias ordinarias, de manera extraordinaria
tenia tiempo sin entrar a tu blog. espero que estés bien brother..
Muy bueno Juan!! Vengo leyendo tu blog y es excelente.
Te mando saludos desde Argentina!
Un abrazo
Diego
http://ifdreamsdie.blogspot.com
Saludos Diego, gracias por tu comentario, estaré a tu atendo a tu blog.
Saludos desde Venezuela.
Sarthithe, gracias por tu lectura. Tienes razón, la idea de hacer cuentos es contar buenas historias, el tratamiento es secundario, aunque hay quienes saben hacerlo muy bien.
Salud!
Que lindo.
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