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martes, 4 de agosto de 2009

NO ES CASUAL QUE SE LLAME EZEQUIEL

No es casual que se llame Ezequiel. Cuando venía hacia mí se veía tan pequeño y flaco en medio de la llanura que puse en duda lo que se decía de sus luchas y hazañas. Quise detallarle el rostro pero estaba a contraluz. La camisa se le agitaba en el cuerpo con la cadencia de una bandera. Detuvo el paso y echó una mirada que se incrustó más allá de la línea donde se funden cielo y planicie.

Más tarde, cuando me habló de la urgencia de organizar las Milicias Campesinas y la necesidad de ideologizar al pueblo pa que no nos jodan más, me cruzó con la misma mirada con la que interrogó a la llanura minutos antes. Allí reparé en su tamaño, era alto y huesudo, negro, y el ágil movimiento de sus manos derrotaba todo intento de su rostro por delatarle la edad. Habíamos quedado en vernos ahí, debajo del guásimo, detrás del rancho. Me habían comentado que un tal Ezequiel Pérez derrotó a un terrateniente y yo, que ando tras la pista de las luchas campesinas, lo contacté para conversar y corroborar lo que de él se decía.

Es verdad, ganamos, pero seguimos casi en la misma. Respondió mi pregunta y el silencio posterior se prolongó mientras una bandada de garzas rojas cruzó el cielo hasta perderse más allá del sembradío de maíz. Ezequiel se refiere al acorralamiento que sufrió el pueblo campesino desde épocas remotas. Hoy, víctimas de la ignorancia, el hambre y la sumisión, nuestros hermanos del campo no han podido superarse. Es que ya ni siquiera son buenos agricultores, acostumbrados a trabajarle al patrón, perdieron los conocimientos de las antiguas tecnologías desarrolladas por los ancestros para producir la tierra, ni hablar del comercio que sucede a la cosecha. Ahora, aunque llenos de voluntad, esperanzados y financiados, no logran, en su mayoría, librarse de la miseria, bien sea porque no se da el cultivo, porque no logran venderlo o porque lo venden barato; y tornan los terratenientes, con sus garras infalibles y sus mañas y artimañas y de a poco y con engaños les van quitando las tierras a cambio de cuatro lochas y un sueldito por jornada.

Mientras iba camino a las tierras recuperadas por Ezequiel y su gente a cumplir con nuestra cita, me deslumbré por un momento con las enormes fincas, el ganado y el Central, pero al detallar los escuetos ranchos desperdigados alrededor, algunos en medio de sucias charcas, comprendí que la explotación en el campo venezolano sigue vigente y muestra sus caries.

Ezequiel rememora los cuarenta días que acamparon a orilla de la carretera, luego de investigar a fondo la situación ilegal de las tierras que planeaban recuperar. Pertenecían a un Juez, quien además de ese centenar de hectáreas se había apropiado de muchas más.
Por cierto que una de las pocas pisatarias que se mantiene en la zona, me comentó meses antes que esas tierras eran, hace sesenta años, el caserío donde se crió; hasta tenía una capilla, una escuela y una plaza. A punta e candela los fueron sacando, y cuando acordaron, ya no tenían sus casas. Con nosotras no pudieron, mi mama y yo nos mantuvimos aquí porque aquí nos moriremos… pero todo eso que usté ve pallá, por los lados de aquel mango, era todo caserío. El juez, cuyo apellido italiano me reservo, intentó hacer lo mismo con los planes de Ezequiel, no con métodos tan rupestres como los usado hace años, sino valiéndose de su poder para contratar sicarios, hacer amenazas, mover influencias.

Ezequiel mastica una rama seca y luego de soltar un espeso escupitajo contra el suelo amarillento, se lamenta de cómo están corrompiendo a las juventudes del campo Cosa que no se veía, ahora: puro aguardiente, drogas y armas; es que no basta con una reforma, ni con plata ni con leyes, hay que devolver la moral a la gente, acompañarla, ideologizarla, porque en el campo uno está muy solo. No niego que me sorprende la insistencia de este hombre, haciendo énfasis en el tema ideológico. Luego descubro que milita en el PCV desde los doce años y que más allá de la posición partidista, tiene un profundo compromiso con su gente porque Mire, yo ahora estoy jodio, enfermo del corazón, sin plata… pero cuando estábamos en plena lucha me llegaron dos tipos a la casa que por como estaban vestidos supe que eran sicarios, paramilitares quizá. Me llevaron a una panadería donde estaba su jefe y después de amenazarme de muerte me plantearon que dejara eso así que ellos me daban veinte millones y quince hectáreas de caña. Es evidente que no aceptó.

Carmen, aquella negra de espalda erguida que nos trajo las cachapas con su sonrisa de caño, lleva casi siete años ocupando esta planicie. Me contó cómo, para esa época, se amarró la espesa cabellera negra, a penas teñida por pocas canas, y bajo un enorme sombrero levantó la casa que ahora habita. Con las mismas manos que molió el maíz preparó el barro de las paredes y con esas mismas manos, armada de piedras, palos y ganas, enfrentó al terrateniente y a sus matones.

El sol se cuela entre las ramas del árbol que nos cobija, la camisa se me adhiere al pecho, pero no sé si es el calor natural o es que tanta emoción encontrada me mantienen sofocado. Por una parte saber de gente tan bien plantada, luchando por su dignidad, y por otra la impotencia ante un sistema que aún siendo combatido con fuerza revolucionaria, sigue pisando a los nuestros.

Ezequiel me estrecha la mano y se despide con ligereza. A medida que avanzaba con la línea del horizonte, crece en mí la sensación de no haber comprendido la verdadera esencia de sus palabras y más aún, de sus silencios. La forma cómo me miró cuando ya estaba por irse, entre compasiva e interrogante, me dejó más confuso que antes de la conversa. Y es que quizá nosotros, los "citadinos", no estemos entendiendo bien lo que pasa en nuestros campos, o peor aún, no estemos sensibilizados con la lucha campesina.

Guanare, 3 de agosto de 2009
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viernes, 24 de abril de 2009

EL LOCO DE LA PANCARTA

Pocos hombres he conocido tan verticales y contundentes, no es académico ni adinerado y no le interesan las mieles sociales. Su voz, destilada y fluida, se apoderó de todos con la magia que ejerce un vendedor de milagros. Estábamos en la Librería del Sur en un centro comercial de Barquisimeto, el motivo: le entregarían un reconocimiento por haber ganado el concurso Historias de Barrio Adentro con su libro autobiográfico.

Su aspecto físico es evidencia de una vida precaria; su discurso, como ajeno al hombre que lo articula, contrasta en su rostro, inmutable y cobrizo, cuando dice: Estoy conciente de mi indigencia y de mis problemas mentales también… Pero yo acepto mi realidad, la asumo como una lucha por los débiles, los marginados…

Su nombre es Argenis Jiménez, nació en el año sesenta. Cuando le pregunté dónde vive “Barquisimeto es mi casa” dijo recordando cómo, a los 17 años, sin darse cuenta había quedado sin techo y sin padres.

“Yo he durado hasta un año sin bañarme, pero eso no significa que un doctor sea más culto… la gente lo ve a uno, sucio, en la calle y lo cataloga de loco, lo estigmatiza y hasta goza en su maldad, pero yo me mantengo firme, no me refugio en los vicios”.

Había improvisado una silla con la escalera que la vendedora tenía para alcanzar los rincones más altos de la estantería y allí, rodeado de la biblioteca Ayacucho, era un desafío a la historia del conocimiento, a la academia, a la cordura. Pocos minutos habían pasado y detrás de mí una minúscula multitud fascinada con sus palabras lo miraba estupefacta.

Desde Aristóteles hasta Luxemburgo, pasando por Carlos Marx, Argenis, con la pancarta sobre la cabeza, argumentaba sus tesis con la sencillez de un buhonero, como si se tratara de un hombre sabio acostumbrado a profundos debates.
“Mi búsqueda no es la fama, ni el dinero, a mí nadie va a comprarme… si yo aceptara lo que me ofrecen por abandonar mi protesta me sobrarían mujeres y carros”.

La injusticia en los psiquiátricos, de la cual ha sido víctima, es lo que le motoriza “El maltrato de los doctores, el abuso de los enfermeros, la complicidad de los mismos internos que se prestan para la injuria…”

Recordó la vez que Chávez, aún siendo candidato, le prometió sacarlo de la indigencia “No tendrás que andar con esa pancarta sobre la cabeza, me dijo, pero él no entendía que libraré esta batalla hasta mis últimos días”.

En mis manos está cuidar la edición de su libro autobiográfico y aunque no lo he leído, percibo ya el placer de recrear sus vivencias con la misma pasión con que él las cuenta.
“Sé que he logrado muy poco en comparación al esfuerzo que hago, pero seguiré movido por el amor a la humanidad, sobretodo a los débiles jurídicos, los débiles económicos… los marginados, aunque en su gran mayoría no asuman la realidad”.

Barquisimeto, 23 de Abril de 2009.
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lunes, 30 de marzo de 2009

ALLENDE, LA MUERTE DE UN PRESIDENTE

La memoria revivida, la historia hecha arte. Encarnado en Roberto Moll, el traicionado presidente chileno Salvador Allende vuelve ante su pueblo a contar su final; impotencia y amargura, frustración y dignidad.
Este sábado 28 de marzo de 2009, en el auditorio Ambrosio Oropeza de la UCLA, fuimos testigos de la magistral actuación de este actor peruano - venezolano que nos trajo al siglo XXI el espíritu revolucionario de uno los grandes luchadores NuestroAmericano.



Un público conmocionado compartió el dolor de Allende, quien traicionado hasta por sus más "fieles" vio cómo se alejaba el futuro de los chilenos, ahuyentado por el crujir de las metrallas en manos de los que vendieron la patria al postor norteamericano.


Destacable la labor del dramaturgo argentino Rodolfo Quebleen al recrear espacios íntimos del personaje: sus amores, su postura, sus raíces y más destacable aún su total "objetividad", al alejarse de cualquier intento panfletario.

De la puesta en escena, impresiona la economía de recursos que nos dejan en primer plano a un Roberto Moll bien plantado ante ese público al que logró conectar con mucha sensibilidad, logrando momentos de intensidad y reflexión.


Aplaudimos esta iniciativa de los organizadores (Mimi Lazo: Productora. Luis Fernández: Director) y esperamos mayor frecuencia ahora que las puertas del Teatro Juares se abrirán a su pueblo. Y a quienes piensan que al público larense no le interesan las artes escénicas, vean cómo se llenó esta función y la anterior en el Magdalena Seijas.
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lunes, 19 de noviembre de 2007

ENCUENTRO CON PIPPO DELBONO:


“Hay que revolucionar el teatro”
(A propósito de un encuentro con el director italiano, luego de la representación de su pieza teatral Guerra, en el Festival de Otoño de Madrid. Delbono hizo una puesta en escena con su acostumbrado reparto: lisiados, enfermos mentales, excluidos y su característica irrupción en pleno curso de la obra).


Sobre los escombros de lo que fue escenario de su pieza teatral GUERRA, aparece Pippo, sereno y desaliñado, y se sienta al proscenio como un niño rebelde que sabe será cuestionado por sus malos actos del día. Del ala derecha surge, solemne y altiva, la organizadora del Festival de Otoño, como orgullosa de haberlo traído desde Italia y de tener que presentárselo al público que espera ansioso conversar con él. Sí, un personaje que contrasta con la puesta de este director, ella jamás sería actriz de Delbono, a menos que caiga en la indigencia y luego de diez años, ya flaca y sin dientes, él la incluya en su reparto de actores lisiados, enfermos mentales y excluidos, con los que, según él, logra conseguir una sensibilidad novedosa, que revoluciona la escena.
Como ella no dice su nombre y además no es protagonista de esta crónica, la llamaremos en lo sucesivo La Señora, quien hace una apertura formal y le pide a Pippo que comience, dándole el micrófono; Comiencen ustedes dice él. Y mientras mira desafiante al público, reina un silencio momentáneo, elástico, de tan sólo algunos segundos que se extienden demasiado. Una chica rompe la barrera y Delbono responde: Una Pregunta… el teatro es una pregunta que se hace con el cuerpo, el estómago y se vive en forma de cuestionamiento. Una interrogante en forma de rito que se repite en cada espectáculo con la fuerza de la primera vez.
Pippo se refiere al teatro como una forma orgánica de interrogar el entorno, sin reducirse al panfleto: él no quiere ser etiquetado, incluso, cuando alguien le pregunta sobre el compromiso del artista con las revoluciones, responde tajante que: Hay que replantearse la revolución, tomar la palabra y darle otra vida, verle otras posibilidades… y así se suma a los artistas, como Cortázar por ejemplo, que creen en la apertura del lenguaje y en la posibilidad de hacerlo adquirir otros significados.

El ambiente se caldea, ahora muchos alzan sus manos; la tertulia tomó el rumbo de la discusión social y eso se hace interesante“¿Se puede decir que tú teatro es social?” Pregunta la chica que levanta su voz y a Delbono se le enrojece el rostro, la pregunta se le clavó como una daga en el cuello y responde irguiendo la espalda que su teatro es artístico, que lo único social en su teatro es que se relaciona con la gente en muchos lugares del mundo… que el arte social es igual a ideología inútil y que está harto del fascismo cultural, de los individualismos y la vanidad colectiva.

Ante esta última idea brinca un chico al que le pareció un total acto de vanidad el hecho de que Pippo, siendo el director de la obra, esté todo el tiempo en escena, interviniendo y guiando a los actores, como queriendo decir paralelamente que ello también es un acto de fascismo porque sesga la libertad del artista. Delbono rememora los diez años junto a su pareja infecta de SIDA, y cómo el dolor le rasgó la piel y carcomió el alma, esa década con la muerte a cuesta… y luego la locura, el manicomio y la luz, sí, al final llegó la luz a través de Bobov, el sordo mudo que conoció en el siquiátrico que le hizo ver otras dimensiones de la belleza, allí renació su arte y la nueva búsqueda junto a estos seres especiales, y lo único que se planteó desde ese día en 1986, fue la responsabilidad del artista ante la obra creada… y él es director y actor: por eso entra a la escena con tanta fuerza como los demás.
El público aplaude y a Delbono no se le cuela ningún gesto de regocijo, continúa allí esperando más preguntas, quizá cansado, quizá atento de no perder de vista a su equipo que lo espera en la entrada, con las llaves de la habitación, porque siempre se pierde y ellos le guían, sí, él los guía en el plano escénico y ellos lo guían en lo real.

Pero el destino quiso que concluyera la tertulia y reaparece, como de unas tinieblas que la mantuvieron opaca, La Señora, que aún permaneciendo al lado de Pippo había perdido todo matiz, sólo para decir con su voz diáfana: Gracias, gracias a Pippo y al público, lo cual se impuso como un símbolo de todos los formalismo que Delbono propone acabar para que impere una conexión con nuevas sensibilidades.

Madrid.
06/11/07
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