lunes, 5 de julio de 2010

LA ADIVINACIÓN POÉTICA DE NUESTRA AMÉRICA

Por Juan Manuel Parada
Cuando García Márquez señalaba la incapacidad del idioma para expresar la realidad latinoamericana y del Caribe, se refería en esencia a cómo el sincretismo de Nuestra América, cruce forzado entre la concepción espiritual indígena, el catolicismo europeo y las manifestaciones religiosas de las etnias africanas, nos legó una realidad tan plástica y un tono tan misterioso que para ser llevado a la literatura amerita, como diría Uslar Pietri, una adivinación poética.
Dice el Gabo:
En algún lugar de la costa de Colombia vi a un hombre rezar una oración secreta frente a una vaca que tenía gusanos en la oreja, y vi caer los gusanos muertos mientras transcurría la oración. Aquel hombre aseguraba que podía hacer la misma cura a distancia, siempre que le hicieran la descripción del animal y le indicaran el lugar en que se encontraba.
Ficcionar en torno a esta anécdota y a muchas que constituyen nuestro imaginario, requiere de una mirada que, como sugiere Enrique Anderson Imbert, asombre como si se asistiera al espectáculo de una nueva creación, caso contrario sería quedarse en el mero fetichismo, en lo inverosímil del hecho.

En el realismo mágico lo inaudito y misterioso forman parte de los códigos cotidianos. No como en el surrealismo o en la literatura fantástica donde se subvierten los parámetros de la realidad para abrir paso a otro universo que nace del autor y de las reglas que él establece.
El realismo mágico, a diferencia de la literatura fantástica que muestra lo irreal como real, se propone mostrar lo real como mágico y para ello le basta al escritor mirar su entorno y poetizar desde el asombro, es decir, ver con una mirada nueva, a la luz de una nueva mañana, como en Cien años de soledad donde:
El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo.
Que Remedios La Bella saliera volando de Macondo y a nadie le pareciera un hecho sobrenatural, es producto de la destreza con que el Gabo construye los hechos, acumulando una serie de aspectos (su asombrosa belleza, su ingenuidad, su torpeza, su misterio, su feliz nostalgia) que en suma hacen justificar el detalle mágico y más que justificarlo, aceptarlo, sentir que no podría ser de otra manera:
Remedios, la bella, se quedó vagando por el desierto de la soledad, sin cruces a cuestas, madurándose en sus sueños sin pesadillas, en sus baños interminables, en sus comidas sin horarios, en sus hondos y prolongados silencios sin recuerdos, hasta una tarde de marzo en que Fernanda quiso doblar en el jardín sus sábanas de bramante, y pidió ayuda a las mujeres de la casa. Apenas había empezado, cuando Amaranta advirtió que Remedios, la bella, estaba transparentada por una palidez intensa. 


-¿Te sientes mal? -le preguntó. 

Remedios, la bella, que tenía agarrada la sábana por el otro extremo, hizo una sonrisa de lástima. 

-Al contrario -dijo-, nunca me he sentido mejor. 


Acabó de decirlo, cuando Fernanda sintió que un delicado viento de luz le arrancó las sábanas de las manos y las desplegó en toda su amplitud. Amaranta sintió un temblor misterioso en los encajes de sus pollerines y trató de agarrarse de la sábana para no caer, en el instante en que Remedios, la bella, empezaba a elevarse. Úrsula, ya casi ciega, fue la única que tuvo serenidad para identificar la naturaleza de aquel viento irreparable, y dejó las sábanas a merced de la luz, viendo a Remedios, la bella, que le decía adiós con la mano, entre el deslumbrante aleteo de las sábanas que subían con ella, que abandonaban con ella el aire de los escarabajos y las dalias, y pasaban con ella a través del aire donde terminaban las cuatro de la tarde, y se perdieron con ella para siempre en los altos aires donde no podían alcanzarla ni los más altos pájaros de la memoria.
Pasa lo mismo con la llegada del niño Cacique en el cuento La lluvia (1935) de Uslar Pietri (obra maestra y, según los críticos, génesis del Realismo Mágico) allí, el personaje irrumpe sin justificación en la vida de dos ancianos que sufren la sequía del campo y la sequía de una relación desgastada por la miseria y la soledad. La pareja, movida por los mismos códigos que sustentan la inusitada llegada de Cacique, lo acoge con profundo afecto, sin cuestionar ni reflexionar, hasta que al otro día desaparece sin nada que justifique su existencia en este mundo. Lo que sucede en ellos producto de la aparición milagrosa del muchacho (lo mágico), es una transición desde el desamor hacia el cariño y desde la aridez a la fertilidad, con la llegada de la lluvia en el mismo instante en que él se esfuma (lo real).
Sucede igual con la aparición de Esteban en El ahogado más hermoso del mundo, de pronto, un cadáver enorme aparece en la costa y transforma al pueblo en el más feliz y prestigioso del Caribe. Lo genial de este relato no es el muerto en sí, ni su descomunal tamaño ni su hermosura sin precedente, lo mágico radica en la actitud del pueblo hacia él, he allí lo asombroso.

¿Cuántas veces hemos oído en boca de la abuela historias tan maravillosas como éstas? ¿Entierros, apariciones, funerales, venganzas, animales extraños, ritos, personajes remotos con cualidades sobrenaturales? Relatos que se sostienen con la tradición oral y que signan las creencias del más cultivado en las ciencias y artes.
Y acá nos detenemos en el comienzo de esta mirada asombrada sobre la realidad Nuestro Americana, porque comenzamos a ser Nuestra América y a heredar esta interpretación del mundo luego de la invasión europea. Anterior a ello, los Imperios Inca o Maya e incluso las etnias menores (si cabe el término) eran en sí mismos el cosmos, junto a la selva y el río; no podía haber una mirada asombrada sobre algo tan cotidiano como adorar al sol o la majestuosidad de los árboles o la diversidad animal. Los colonos, acostumbrados a una realidad que se cerraba en la cultura europea, fueron los primeros en maravillarse, alucinados por lo que no cabía en sus ojos, perplejos ante un nuevo mundo desmesurado, que desbordaba con creces a su viejo continente. Basta leer a los cronistas de Indias para conseguir narraciones que dan cuenta de esta experiencia: El mito de las Amazonas, El Dorado, el Río Grande, etc. William Ospina, en voz del protagonista de su País de la Canela lo sintetiza de la siguiente manera:
Esa es la clave de la diferencia entre aquel mundo y el nuestro: que en nuestro mundo todo puede ser accesible, todo puede ser gobernado por el lenguaje, pero esa selva existe porque nuestro lenguaje no puede abarcarla.
A más de quinientos años de este cruce forzado de donde provenimos y de donde se inicia sin duda alguna el nacimiento de un lenguaje nuevo, capaz de nombrarnos desde nuestra realidad, seguimos en la búsqueda de códigos verbales, lingüísticos y sobre todo poéticos, que permitan adivinarnos y mostrarnos. Ya buena parte de la literatura latinoamericana del siglo XX bebió de la riquísima fuente cultural que nos constituye como sociedad y elevaron la literatura de este continente a un nivel que jamás había alcanzado; nos toca a nosotros, los escritores de este siglo, herederos de esa sólida tradición, seguir viéndonos con originalidad, quizá no desde la misma perspectiva que lo hicieran los del Boom y sus antecesores, pero sí con la misma conciencia y la misma búsqueda de un lenguaje propio.

2 comentarios :

Liliana Peraza Andueza dijo...

Que lindo, que bello , que hermoso!! Que bueno que esté escrito. Que tengas el ingenio para desde nuestros lenguaje hacer el sincretismo necesario y plasmar estas ideas solo nuestras...

JUAN MANUEL PARADA dijo...

Gracias por tu comentario Liliana, muy estimulante para seguir escribiendo, buscando, creando.