A mi abuela Carmen, a su Mama Conchita y a su abuela Calistra.
Había tanto calor que el techo de zinc crujía como si lloviera. Más allá de la ventana, la noche cobija todo. Calistra cierra la Biblia y recogiendo su larga melena se recuesta a descansar.
Temprano, cuando vio pasar los camiones repletos de militares se le derramó la sal. Pensó que venían por ella, la única que se opuso a abandonar su parcela, pero siguieron de largo y con ellos su sospecha. Más tarde, en la madrugada, no habría de reprocharse al descifrar el presagio.
La cobija ya está mojada y Calistra se despierta. También la bata está húmeda y su cuello sofocado. Afina la vista y a través de la ventana, busca ansiosa la montaña que se impone más allá; se persigna varias veces y murmura bendiciones. Le había prometido a Josué, su hijo, que esperaría por él, aquella noche que apareció con la pierna ensangrentada. Tenía la barba larga y las manos tan huesudas que Calistra se asustó antes de reconocerlo. Llovía recio y estaba tan oscuro que apenas le conoció por esa mirada suya, filosa, la del mismo carajito que se peleaba con todos pero que ahora era un hombre, bien completo y muy callado. A penas si hablaron en una hora. La herida era leve y Josué debía huir. Haga lo suyo que yo lo espero y encomendándolo a Dios le vio desaparecer bajo el aguacero, el último que recuerda haya mojado esas tierras.
El día anterior vio desfilar familias que vendieron sus conucos. Caminaban encorvados, como si llevaran a cuesta la tragedia del verano. El calor los emborronaba en la línea del horizonte. En doce años no vio una sabana tan seca. Los únicos espacios que verdean por la zona pertenecen a finqueros que tienen pozos y riegan. A ellos vendieron todo, pero Calistra se niega, jamás huiría otra vez… y viene a su mente el recuerdo de cuando huyó de aquel rancho de la mano de su madre. No hubo tiempo de salvar nada, ni siquiera a sus hermanos que dormían en la troja. El fuego fue tan de pronto que a penas pudo salir. La imagen de su mamá batiéndose contra el piso mientras ardía la guadua, se le clavó en la memoria. Al tercer día de caminar, subiendo montañas, cruzando caños, llegaron a un caserío donde empezaron de nuevo… y de nuevo se marcharon para volverse a marchar, siempre huyendo, siempre andando. Calistra recuerda cómo el rostro de su madre se surcaba en cada huida.
Sabe que van por ellos, sobretodo por Josué: revoltoso y altanero desde aquella madrugada que junto a ella y otros amigos incendiaran los potreros en la finca de Pedraza. Se venían organizando para enfrentar al patrón y recuperar las tierras que antes fueran de sus padres, pero estaban tan rabiosos y tenían tan pocas armas, que bastó algunos minutos para que los dispersaran. Habían ido río abajo después que se les zafaron. Muchos murieron en la carrera, pero Calistra y Josué huyeron en su canoa, silenciosos, rasgando la oscuridad del río. Calistra no quitaba la vista de las manos de Josué, quien apretaba los dedos como empuñando una rabia, la misma que días después se llevaría en la mirada cuando se fue a combatir con los hombres de Argimiro.
Oye la voz de su madre diciéndole que se vaya, que Josué la encontrará, pero Calistra no huye, ya no volvería a huir. Ella sabe que a veinte metros de la corteza agrietada abunda el agua en sus tierras, y que cuando vuelva el hijo, cultivarán el conuco con ajíes y cebollas, y regresarán las aves y de nuevo las gallinas, los marranos y los perros.
Cierra los ojos Calistra y vuelve sobre ella misma bañándose en la quebrada. Su mamá lava la ropa encorvada en una piedra. Calistra brilla bajo la luz, mojada, temblando por la brisa que se desata de pronto llevándose a las alturas los enormes pantalones y las blancas guayaberas. Calistra intenta correr para ayudar a su madre, pero está petrificada. Camisas, medias y paños se levantan por los aires, los pájaros huyen, el cielo baja. Ya no hay madre de Calistra, quedó sola ahí en el caño, con un frío tan intenso que le arruga los deditos.
Cuando oyó el sonido de las ramas secas crujiendo bajo las botas vino a Calistra el recuerdo de la sal que derramó. Se sienta a orilla del catre y vuelve a coger la Biblia: Él te librará del lazo del cazador... Mira las montañas a través de la ventana. No temerás espanto nocturno… El crujir de las ramas es más nítido y cercano. Ni pestilencia que acecha en la oscuridad… Una bola de fuego se estrella en la ventana. Caerán a tu lado mil… El rancho de guaduas arde ...mas a ti no alcanzará... Calistra vuelve a acostarse. Pues a sus ángeles mandará.. Sueña con flores y frutas ...que te guarden el camino.
Diciembre de 2009
9 comentarios :
OMARI VILLEGAS DIJO:
Juan es un gran cuento, manejas la ficción realistamente, la verdad hecha literatura. Te felicito con esta muestra maestra de tu puño y letra,tecleada...Amigo me inbuí en este viaje tan histórico y tan temporal, vuelve uno al pasado y es hoy.Ya.
OMAR, MUCHAS GRACIAS POR TUS PALABRAS COMPADRE, LA VERDAD, DISFRUTE MUCHO ESCRIBIENDO ESTE CUENTO A LA MEMORIA DE MIS ABUELAS, DE LA CARMEN HASTA LA CALISTRA.
SALUD!
Me gusta esa magia generacional, me hace recordar, a cien años de soledad, y las enseñanzas en la cocina de de como agua para chocolate...da la sensación de ser interminable.
Juan insinsto que cada vez aumenta tu maestría, ya has domado una técnica narrativa basada en el uso de frases poéticas y descripciones impresionistas, aparte que dominas recursos que no cualquier escritor puede manejar si no sabe lo que está haciendo. Aquí entre nos creo que ya te toca mandarte otro libro.
Gracias Amílcar por tu comentario hermano... el libro ya estará listo, sólo faltan unos 5 cuentos más, estimo que en un año. Salud!
Qué más Juan es Marco. Leí tu cuento tres veces, a priori lo entendí, en la segunda lectura descubrí que Calistra es la personificación de la unión entre el espíritu del cultivador, sal de la tierra... y su obstinada y hermosa forma de revelarse contra los desmedros, injusticias e insuficiencias que padece el que cultiva una pasión que a los demás importa una berenjena; la cualidad que poseen algunos corazones para arder entre la piedra sin la menor pretensión de aprobación, consumidos entre sus principales pasiones.
Calistra es poesía Floricienta, Calistra es, el ojo que tropieza con la espina de la rosa, agudo sobresalto de la belleza.
Ah! y la tercera lectura fue por puro placer.
Hablamos.
Marco Tulio Gentile
Mi pana, Marco, cuánto me contenta que te des una pasada por este espacio compadre. Se le extraña bastante.
Una abrazo y gracias por tu lelctura.
Un trabajo creativo que une el pasado del autor con su ser en las ulterioridades del pasado. no hay duda que parada trabaja con una tecnica narrativa unipersonal, por no decir ùnica , sin embargo el tiempo sabrà de otras sequìa como la vi caer en las manos de calistra entre otro u otras personajes que se desfilas en la memoria de juan manuel parada, sabrososo y hermoso texto, bella ilustaccion por lo demas que da y colida con el lenguaje y ambiente del texto cretivo del amigo juan manuel.
Muchas gracias por este comentario.
Espero seguir viéndole por acá.
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