“Hay que revolucionar el teatro”
(A propósito de un encuentro con el director italiano, luego de la representación de su pieza teatral Guerra, en el Festival de Otoño de Madrid. Delbono hizo una puesta en escena con su acostumbrado reparto: lisiados, enfermos mentales, excluidos y su característica irrupción en pleno curso de la obra).
Sobre los escombros de lo que fue escenario de su pieza teatral GUERRA, aparece Pippo, sereno y desaliñado, y se sienta al proscenio como un niño rebelde que sabe será cuestionado por sus malos actos del día. Del ala derecha surge, solemne y altiva, la organizadora del Festival de Otoño, como orgullosa de haberlo traído desde Italia y de tener que presentárselo al público que espera ansioso conversar con él. Sí, un personaje que contrasta con la puesta de este director, ella jamás sería actriz de Delbono, a menos que caiga en la indigencia y luego de diez años, ya flaca y sin dientes, él la incluya en su reparto de actores lisiados, enfermos mentales y excluidos, con los que, según él, logra conseguir una sensibilidad novedosa, que revoluciona la escena.
Como ella no dice su nombre y además no es protagonista de esta crónica, la llamaremos en lo sucesivo La Señora, quien hace una apertura formal y le pide a Pippo que comience, dándole el micrófono; Comiencen ustedes dice él. Y mientras mira desafiante al público, reina un silencio momentáneo, elástico, de tan sólo algunos segundos que se extienden demasiado. Una chica rompe la barrera y Delbono responde: Una Pregunta… el teatro es una pregunta que se hace con el cuerpo, el estómago y se vive en forma de cuestionamiento. Una interrogante en forma de rito que se repite en cada espectáculo con la fuerza de la primera vez.
Pippo se refiere al teatro como una forma orgánica de interrogar el entorno, sin reducirse al panfleto: él no quiere ser etiquetado, incluso, cuando alguien le pregunta sobre el compromiso del artista con las revoluciones, responde tajante que: Hay que replantearse la revolución, tomar la palabra y darle otra vida, verle otras posibilidades… y así se suma a los artistas, como Cortázar por ejemplo, que creen en la apertura del lenguaje y en la posibilidad de hacerlo adquirir otros significados.
El ambiente se caldea, ahora muchos alzan sus manos; la tertulia tomó el rumbo de la discusión social y eso se hace interesante“¿Se puede decir que tú teatro es social?” Pregunta la chica que levanta su voz y a Delbono se le enrojece el rostro, la pregunta se le clavó como una daga en el cuello y responde irguiendo la espalda que su teatro es artístico, que lo único social en su teatro es que se relaciona con la gente en muchos lugares del mundo… que el arte social es igual a ideología inútil y que está harto del fascismo cultural, de los individualismos y la vanidad colectiva.
Ante esta última idea brinca un chico al que le pareció un total acto de vanidad el hecho de que Pippo, siendo el director de la obra, esté todo el tiempo en escena, interviniendo y guiando a los actores, como queriendo decir paralelamente que ello también es un acto de fascismo porque sesga la libertad del artista. Delbono rememora los diez años junto a su pareja infecta de SIDA, y cómo el dolor le rasgó la piel y carcomió el alma, esa década con la muerte a cuesta… y luego la locura, el manicomio y la luz, sí, al final llegó la luz a través de Bobov, el sordo mudo que conoció en el siquiátrico que le hizo ver otras dimensiones de la belleza, allí renació su arte y la nueva búsqueda junto a estos seres especiales, y lo único que se planteó desde ese día en 1986, fue la responsabilidad del artista ante la obra creada… y él es director y actor: por eso entra a la escena con tanta fuerza como los demás.
El público aplaude y a Delbono no se le cuela ningún gesto de regocijo, continúa allí esperando más preguntas, quizá cansado, quizá atento de no perder de vista a su equipo que lo espera en la entrada, con las llaves de la habitación, porque siempre se pierde y ellos le guían, sí, él los guía en el plano escénico y ellos lo guían en lo real.
Pero el destino quiso que concluyera la tertulia y reaparece, como de unas tinieblas que la mantuvieron opaca, La Señora, que aún permaneciendo al lado de Pippo había perdido todo matiz, sólo para decir con su voz diáfana: Gracias, gracias a Pippo y al público, lo cual se impuso como un símbolo de todos los formalismo que Delbono propone acabar para que impere una conexión con nuevas sensibilidades.
Madrid.
06/11/07
(A propósito de un encuentro con el director italiano, luego de la representación de su pieza teatral Guerra, en el Festival de Otoño de Madrid. Delbono hizo una puesta en escena con su acostumbrado reparto: lisiados, enfermos mentales, excluidos y su característica irrupción en pleno curso de la obra).
Sobre los escombros de lo que fue escenario de su pieza teatral GUERRA, aparece Pippo, sereno y desaliñado, y se sienta al proscenio como un niño rebelde que sabe será cuestionado por sus malos actos del día. Del ala derecha surge, solemne y altiva, la organizadora del Festival de Otoño, como orgullosa de haberlo traído desde Italia y de tener que presentárselo al público que espera ansioso conversar con él. Sí, un personaje que contrasta con la puesta de este director, ella jamás sería actriz de Delbono, a menos que caiga en la indigencia y luego de diez años, ya flaca y sin dientes, él la incluya en su reparto de actores lisiados, enfermos mentales y excluidos, con los que, según él, logra conseguir una sensibilidad novedosa, que revoluciona la escena.
Como ella no dice su nombre y además no es protagonista de esta crónica, la llamaremos en lo sucesivo La Señora, quien hace una apertura formal y le pide a Pippo que comience, dándole el micrófono; Comiencen ustedes dice él. Y mientras mira desafiante al público, reina un silencio momentáneo, elástico, de tan sólo algunos segundos que se extienden demasiado. Una chica rompe la barrera y Delbono responde: Una Pregunta… el teatro es una pregunta que se hace con el cuerpo, el estómago y se vive en forma de cuestionamiento. Una interrogante en forma de rito que se repite en cada espectáculo con la fuerza de la primera vez.
Pippo se refiere al teatro como una forma orgánica de interrogar el entorno, sin reducirse al panfleto: él no quiere ser etiquetado, incluso, cuando alguien le pregunta sobre el compromiso del artista con las revoluciones, responde tajante que: Hay que replantearse la revolución, tomar la palabra y darle otra vida, verle otras posibilidades… y así se suma a los artistas, como Cortázar por ejemplo, que creen en la apertura del lenguaje y en la posibilidad de hacerlo adquirir otros significados.
El ambiente se caldea, ahora muchos alzan sus manos; la tertulia tomó el rumbo de la discusión social y eso se hace interesante“¿Se puede decir que tú teatro es social?” Pregunta la chica que levanta su voz y a Delbono se le enrojece el rostro, la pregunta se le clavó como una daga en el cuello y responde irguiendo la espalda que su teatro es artístico, que lo único social en su teatro es que se relaciona con la gente en muchos lugares del mundo… que el arte social es igual a ideología inútil y que está harto del fascismo cultural, de los individualismos y la vanidad colectiva.
Ante esta última idea brinca un chico al que le pareció un total acto de vanidad el hecho de que Pippo, siendo el director de la obra, esté todo el tiempo en escena, interviniendo y guiando a los actores, como queriendo decir paralelamente que ello también es un acto de fascismo porque sesga la libertad del artista. Delbono rememora los diez años junto a su pareja infecta de SIDA, y cómo el dolor le rasgó la piel y carcomió el alma, esa década con la muerte a cuesta… y luego la locura, el manicomio y la luz, sí, al final llegó la luz a través de Bobov, el sordo mudo que conoció en el siquiátrico que le hizo ver otras dimensiones de la belleza, allí renació su arte y la nueva búsqueda junto a estos seres especiales, y lo único que se planteó desde ese día en 1986, fue la responsabilidad del artista ante la obra creada… y él es director y actor: por eso entra a la escena con tanta fuerza como los demás.
El público aplaude y a Delbono no se le cuela ningún gesto de regocijo, continúa allí esperando más preguntas, quizá cansado, quizá atento de no perder de vista a su equipo que lo espera en la entrada, con las llaves de la habitación, porque siempre se pierde y ellos le guían, sí, él los guía en el plano escénico y ellos lo guían en lo real.
Pero el destino quiso que concluyera la tertulia y reaparece, como de unas tinieblas que la mantuvieron opaca, La Señora, que aún permaneciendo al lado de Pippo había perdido todo matiz, sólo para decir con su voz diáfana: Gracias, gracias a Pippo y al público, lo cual se impuso como un símbolo de todos los formalismo que Delbono propone acabar para que impere una conexión con nuevas sensibilidades.
Madrid.
06/11/07
2 comentarios :
Escrito por Omar Villegas:
Me gustó la opinión-conversación con este creador teatral, muy interesante este su trabajo, como tiene que ser en estos tiempos de tanta sensibilidad gastada, demagógica y de intereses.
Eso es lo que saca de los cabales al artísta; que tenga que presentar sus piezas de arte a quienes no saben leer lo profundo que ellas llevan, y tratan de llevar algo elevado a la rupestre y rumiante lógica del común. Por esa misma razón una de obra de arte lo es, porque está por encima de las vanalidades del ser y se adentra en el reino de lo sublime. En lo zapatos de Delbono, yo hubiera respondido con sonoras flatulencias a esas preguntas.
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