Prólogo de Antología sin fin, compilada por Juan Manuel Parada y Dannybal Reyes
I.
La importancia de un buen inicio.
Desde la publicación de los cuentos El diente
roto, de
Pedro Emilio Col; El Catire, de Blanco Fombona; y Ovejón, de Urbaneja Achepol,
a finales del siglo XIX, se abre en Venezuela un período de altísima
producción, con devotos narradores que cimentaron las bases de una cuentística
nacional, robusta y diversa; la cual venía germinando desde la década de 1830
con autores románticos encabezados por Fermín Toro y Rafael María Baralt,
quienes se acercaron, desde sus limitaciones estéticas, a un género en ciernes
que aún no contaba con las convenciones teóricas de Allan Poe y Chéjov.
La fertilidad del siglo XX quedó manifiesta desde sus primeros años con escritores que no sólo renovaron el género puertas adentro, sino que aportaron elementos relevantes para su evolución en Hispanoamérica. Destaca en primer lugar José Rafael Pocaterra, cercano al realismo social, político, portador de un lenguaje directo y agudo, que se negó a la mirada evasiva de los preciosistas de su época, y se centró en problemas neurálgicos de la sociedad; con sus Cuentos Grotescos, publicados desde 1915, dio un salto adelante en cuanto a formato y temática. Luego, en 1927, Julio Garmendia publica Tienda de Muñecos, relatos en los que incorpora el componente fantástico con maestría y originalidad, así como el humor, la ironía y la parodia, dando inicio a una mirada que aún hoy está vigente. En el año 35 Uslar Pietri publica su cuento La lluvia, reconocido como uno de los antecedentes más representativos del Realismo Mágico, en cuya estructura y lenguaje poético se cifran las claves de una obra magistral. A mediados de siglo Guillermo Meneses publica La mano junto al muro, propuesta cinética, fragmentaria, donde se rompe la linealidad del discurso y se capitalizan las posibilidades plásticas del lenguaje. En la misma línea y por ese mismo periodo, Oswaldo Trejo y Armas Alfonzo experimentan en los formatos narrativos, rompiendo radicalmente con la tradición imperante. En las décadas del sesenta y setenta, figuran Adriano González León, Salvador Garmendia, José Balza y Luis Britto García, renovadores y beligerantes, comprometidos con el cambio radical de una sociedad venezolana en decadencia y la mascarada artística imperativa; desde sus diversos registros temáticos le dieron un vuelco al género elevando el lenguaje con imágenes filosas y metáforas provocadoras. En los últimos veinte años de la centuria pasada, destacan: Alberto Jiménez Ure, quien hizo del horror y lo escatológico la materia prima de su obra; Ángel Gustavo Infante y sus Cerrícolas, conjunto de relatos donde disecciona el microcosmo de las barriadas caraqueñas con un lenguaje preciso y audaz; Gabriel Jiménez Emán, practicante del absurdo, lo onírico y el humor, reconocido actualmente como uno de los máximos exponentes del género mini ficción en Latinoamérica. De igual forma: Wilfredo Machado, Laura Antillano, Israel Centeno, Sael Ibáñez, Barrera Linares, López Ortega, Miguel Gomes, Carlos Sandoval, Méndez Guédez y tantos otros que durante ese período se manifestaron con diversas estéticas, salpicadas del discurso paródico, la ironía, el intimismo, la intertextualidad, lo evocativo, lo fragmentario; volviendo, en la mayoría de los casos, al rescate de la anécdota como columna vertebral del relato.
La fertilidad del siglo XX quedó manifiesta desde sus primeros años con escritores que no sólo renovaron el género puertas adentro, sino que aportaron elementos relevantes para su evolución en Hispanoamérica. Destaca en primer lugar José Rafael Pocaterra, cercano al realismo social, político, portador de un lenguaje directo y agudo, que se negó a la mirada evasiva de los preciosistas de su época, y se centró en problemas neurálgicos de la sociedad; con sus Cuentos Grotescos, publicados desde 1915, dio un salto adelante en cuanto a formato y temática. Luego, en 1927, Julio Garmendia publica Tienda de Muñecos, relatos en los que incorpora el componente fantástico con maestría y originalidad, así como el humor, la ironía y la parodia, dando inicio a una mirada que aún hoy está vigente. En el año 35 Uslar Pietri publica su cuento La lluvia, reconocido como uno de los antecedentes más representativos del Realismo Mágico, en cuya estructura y lenguaje poético se cifran las claves de una obra magistral. A mediados de siglo Guillermo Meneses publica La mano junto al muro, propuesta cinética, fragmentaria, donde se rompe la linealidad del discurso y se capitalizan las posibilidades plásticas del lenguaje. En la misma línea y por ese mismo periodo, Oswaldo Trejo y Armas Alfonzo experimentan en los formatos narrativos, rompiendo radicalmente con la tradición imperante. En las décadas del sesenta y setenta, figuran Adriano González León, Salvador Garmendia, José Balza y Luis Britto García, renovadores y beligerantes, comprometidos con el cambio radical de una sociedad venezolana en decadencia y la mascarada artística imperativa; desde sus diversos registros temáticos le dieron un vuelco al género elevando el lenguaje con imágenes filosas y metáforas provocadoras. En los últimos veinte años de la centuria pasada, destacan: Alberto Jiménez Ure, quien hizo del horror y lo escatológico la materia prima de su obra; Ángel Gustavo Infante y sus Cerrícolas, conjunto de relatos donde disecciona el microcosmo de las barriadas caraqueñas con un lenguaje preciso y audaz; Gabriel Jiménez Emán, practicante del absurdo, lo onírico y el humor, reconocido actualmente como uno de los máximos exponentes del género mini ficción en Latinoamérica. De igual forma: Wilfredo Machado, Laura Antillano, Israel Centeno, Sael Ibáñez, Barrera Linares, López Ortega, Miguel Gomes, Carlos Sandoval, Méndez Guédez y tantos otros que durante ese período se manifestaron con diversas estéticas, salpicadas del discurso paródico, la ironía, el intimismo, la intertextualidad, lo evocativo, lo fragmentario; volviendo, en la mayoría de los casos, al rescate de la anécdota como columna vertebral del relato.
Esta rápida mirada no pretende inventariar a
los mejores cuentistas venezolanos, (la lista sería extensa), sino que se
plantea como un paréntesis, para destacar los momentos claves de un género
novedoso que ha tenido en el país importantes exponentes.
Transcurridos cien años de alta productividad
y excelente factura, podríamos hablar de una tradición cuentística que se
extiende hasta hoy positivamente, más allá de los problemas estructurales de
difusión y promoción que impidieron el posicionamiento de algunos escritores;
muchos de los cuales podrían figurar en las más importantes antologías del
cuento hispanoamericano, o en los catálogos editoriales con mayor alcance en el
continente. Problema que sin duda incidió en la falta de reconocimiento
internacional que tanto enarbolan los especialistas y que en algunos casos
paralizó de frustración a nuestros autores y autoras.
II.
Sin conflicto, no hay historia.
La dinámica del cuento en Venezuela se
vincula directamente a la actividad editorial. En sus inicios, y hasta bien
entrado el siglo XX, las revistas literarias representaron el principal medio
de difusión y eje en torno al cual se agruparon escritores según sus intereses
estéticos e ideológicos; entre ellas: El
Cojo Ilustrado, Cosmópolis, La Alborada, Sagitario, Cultura Venezolana, Actualidades, Válvula,
Élite, Contemporaneidad y otras. También
fueron de gran influencia los suplementos culturales en diarios de alta
circulación, como el Papel Literario de El
Nacional, cuyo concurso anual de cuentos reconoció
durante décadas a quienes serían exponentes fundamentales del género. Hacia
finales de los sesenta y mediados del setenta, comienza un proceso de
conformación y consolidación de una industria editorial venezolana, con la
creación, por parte del Estado, de Monte Ávila Editores, Fundarte y CELARG.
A partir de allí se comienzan a visibilizar
las obras ya clásicas de nuestra literatura y las de nuevos escritores. Además
se crean mecanismos de distribución que favorecen el acceso al libro; elemento
del que adolecieron las iniciativas independientes anteriores, tanto de los
grupos literarios, como de instituciones educativas o entes gubernamentales,
que difundían de mano en mano, en eventos, o en las escasas librerías a las que
podían llegar. La ausencia casi absoluta de editoriales privadas
transnacionales (que sí cuentan con un aparato logístico capaz de llevar a un
autor marroquí a lo más profundo de la Argentina) se extendió a lo largo de
todo el siglo, configurando un cerco que impidió la promoción de escritoras y
escritores criollos más allá de las fronteras. Julio Miranda, en el prólogo de
su antología El gesto de narrar, ofrece algunos datos que permiten medir con claridad el ritmo de
las publicaciones entre 1969 y 1995; detallando la cantidad de libros de
cuentos editados en ese período: 159 títulos, de un total de 220 que abarca
también la novela y la nouvelle. Esta cifra luce positiva a primera vista, pero habría que
preguntarse ¿Cuántos de esos libros fueron eficazmente distribuidos dentro y
fuera del país? ¿Tuvieron la promoción necesaria?
Aún así llegamos a este milenio con una
sólida tradición de cuentistas, quizá no reconocidos y valorados como merecen,
pero fecunda y estable; tanto así, que muchos de nuestros poetas, dramaturgos,
historiadores y periodistas, seducidos por su encanto, se han lanzado a su
cultivo.
La era es otra, aunque estemos signados por
angustias similares a las del siglo pasado: lucha política, desigualdad, amenaza
imperial, posible extinción de la raza humana, discriminación, racismo,
pobreza, cambio climático, amor, odio, locura, muerte… Lo que sin duda se ha
transformado profundamente son los formatos y mecanismos por medio de los
cuales el autor se da a conocer. En primer lugar, la proliferación de Internet
y el asentamiento del Blog como espacio personal para la divulgación de
contenidos, lo cual permite llegar a un mayor número de lectores. Las revistas
literarias digitales, que en Venezuela cuentan con trayectorias superiores a
los diez años (Letralia y Ficción Breve Venezolana, por ejemplo; o más recientes como Re-Lectura y Prodavinci), también
han servido de catapulta a los nuevos cuentistas. Esta apertura trae consigo
una experiencia revolucionaria en cuanto al acceso a la información, tal como
ha sucedido cada vez que evolucionan los formatos a través de los cuales se
difunde el discurso: papiro, códice, libro. Ante la pregunta de si este
contexto ha tenido incidencia en la profusión de la narrativa breve nacional,
la respuesta (apresurada quizá) es positiva. Por una parte, el universo lector
se ha incrementado notablemente y con ello, su capacidad crítica. En otro
orden, el autor asume una figura de auto-editor y promotor, que aunque antes
también existía, ahora se abre a nuevas posibilidades, más asequibles,
económicas e inmediatas. Una tercera razón responde a la condición convulsa de
los nuevos tiempos, al exceso de información reinante y a la cantidad de
alternativas que se le presentan al lector cada minuto; esto privilegia la
brevedad, elemento esencial del cuento. Asímismo, y altamente significativo, la
creación de la editorial El Perro y la Rana, el fortalecimiento de Monte Ávila
y FUNDARTE, han contribuido a un proceso de lectura y relectura, donde los
autores y autoras vuelven la mirada sobre sus antecedentes literarios y sobre
ellos mismos, reconociéndose en sus diferencias y similitudes. Las diversas
colecciones y programas emprendidos por estas casas editoras en pos de
visibilizar escritores del siglo pasado, novísimos, nacionales y extranjeros,
fertiliza el terreno para el buen inicio de este milenio; lo cual se evidencia
incluso en el creciente interés de las transnacionales hacia numerosos
cuentistas venezolanos. Esto, quién lo duda, robustece la dinámica literaria.
Por más que el acto de escribir sea íntimo e individual, el contexto donde
dicha actividad se desenvuelve es vulnerable a la aplicación de políticas
públicas y a las leyes del mercado. Estos dos componentes modelan la conducta y
los hábitos colectivos, determinando qué se lee, según sus intereses, e incluso
si se debe leer o no.
Hacia este escenario hemos llegado con el
siglo XXI, luego de trece años de transformación permanente, de giros políticos
radicales que le dieron un vuelco a las relaciones de poder en el mundo, y la
presencia absoluta de las nuevas tecnologías como elemento neurálgico en los
procesos comunicacionales y de información.
La silueta de esta era toma relieve y
volumen, lo que hasta hace menos de quince años era un bostezo de la posible
realidad futura (esbozo profético, porvenir ilusorio) es ahora piel y canto,
cuyos códigos han cifrado una legión de cuentistas que invitamos a esta
muestra.
III.
Una serpiente que se muerde la cola
Como el azar es hermoso porque depara
sorpresas, coincide el rango de fechas de nacimiento de los autores y autoras que
hoy día enriquecen la cuentistica venezolana, con el de nuestros pioneros.
1970-85, un siglo después que nacieran Emilio Coll, Urbaneja Achepolh y Blanco
Fombona; dato que, sumado al tiempo transcurrido desde la aparición de los
primeros cuentos de estos novísimos escritores, y a la cantidad, diversidad y calidad
de los mismos, justifica el estudio de lo que podríamos llamar un ciclo
histórico de la literatura nacional, donde cada nueva voz de la narración breve
se configura para representar una polifonía de mayor resonancia que nos permite
descifrar los nacientes rasgos de esta era, su vínculo con el pasado literario,
sus búsquedas y negaciones. Porque a este concierto cada quien asiste como
solista, con el desenfado que le mueve frente al abismo de la creación, pero
sabiéndose parte de una obra que le trasciende, ésa que en sus momentos,
representaron otros cuentistas.
Despojados de la típica tendencia a canonizar
una generación unificando sus angustias, sus aspiraciones estéticas o la
realidad social que los agrupa, comencemos por destacar que por fortuna, el
registro temático de los novísimos cuentistas venezolanos oscila de la urbe al
campo o del amor al humor, sin perder unidad, pues su línea rectora es un
lenguaje depurado, al servicio de la historia y los lectores. Bien se podría
hablar del retorno a la anécdota en éstos que, con la valentía de quien se
atreve a contar sin exceso de trucos, se conecta con la sensibilidad del que
lee y lo mantiene en vilo o en vela, como Sherezada al Califa o la abuela a sus
nietos. Sin duda, esta serpiente se muerde la cola, volviendo, una vez más, a
los orígenes del género.
Celebramos la amplitud de estas miradas,
negadas a la estrechez de paradigmas que imponen lo urbano como única
posibilidad de un discurso moderno y se lanzan además a la periferia, o mejor
aún, al viaje interno en busca de una original cosmovisión.
Otro rasgo a destacar es que en su gran
mayoría las obras de estos narradores se circunscriben al formato canónico del
cuento en sus variadas manifestaciones estéticas y temáticas; es decir, relatos
cuya estructura permite desarrollar con intensidad una problemática y su
despeje, en el marco de la brevedad y economía del lenguaje, propias del
género.
Dejamos al tiempo y a la crítica el estudio profundo
de estos escritores; a ellos corresponde develar las claves de esta nueva
escritura, sus aciertos, sus intenciones estéticas; el aporte que puedan hacer,
cada uno de ellos, a la evolución del género. Nuestra intención como
investigadores se limita a contextualizar y organizar los trabajos revisados,
en la búsqueda de generar escenarios propicios para una lectura integral, que
se plantea como un aporte para la compresión de nuestros incipientes procesos
literarios.
Sirva este recuento como la mano que descorre
el velo y descubre la realidad hasta hace poco negada por los voceros del caos:
esos que enarbolaron el fin de la historia, la muerte del libro, la crisis de
la narrativa venezolana y el triunfo de la imagen sobre la palabra; ideólogos del
fatalismo o militantes del inmovimiento, como los llamara Freire. Ante ese
panorama surge un corpus dinámico, de escritores y escritoras que se resisten a
un punto final; jóvenes que con sus obras motorizan el torrente de la tradición
literaria. Estos autores son testimonio de búsqueda, de quienes aceptan el
pasado y se construyen el porvenir sobre la base de sus acciones. Son, además, energía
cinética para una sociedad inconclusa, cuya belleza radica precisamente en la
capacidad de perfeccionarse, de avanzar siempre, de reinventarse y seguir de
nuevo.
He
aquí los nombres de algunos de los más destacados jóvenes cuentistas
venezolanos, como una invitación a su lectura y seguimiento:
Ávila,
Carlos. (Caracas, 1980)
Bartra,
Belisa. (Mérida, 1970
Blanco
Calderón, Rodrigo. (Caracas, 1981)
Borromé,
Julio César. (Valera, 1978)
Briceño,
Luis Alfredo. (Miranda, 1982)
Castrillo,
Katherine. (Caracas, 1985)
Chapman,
Vanessa. (Caracas, 1978)
Díaz,
Marianne. (Altagracia de Orituco. 1985)
Echeto,
Roberto. (Caracas. 1970)
Figueredo,
Gabriel. (Mayacay, 1981)
Frayle,
Dayana. (Puerto La Cruz. 1985)
Gentile,
Marco T. (Barquisimeto, 1978)
Gómez
Jiménez, Jorge. (Cagua, 1971)
León,
Yanuva. (Miranda, 1983)
Linares,
Soledy. (Escuque, 1978)
Lozada,
Carolina. (Mérida. 1974)
Lusinchi,
Amílcar. (Barquisimeto, 1984)
Mariño,
Eduardo. (San Carlos, 1972)
Martínez
Bachrich, Roberto. (Valencia, 1977)
Méndez,
Willins. (Cumaná, 1984)
Moreno,
José Alejandro. (Caracas, 1972)
Muñoz,
Rafael Victorino. (Valencia, 1972)
Parada,
Juan Manuel. (Yaritagua, 1980)
Parra,
Jesús Ernesto. (La Victoria, 1970)
Payares,
Gabriel. (Londres, 1982)
Ramírez,
Germán. (Caracas, 1977)
Rodríguez,
Jesús. (Cagua, 1984)
Rojas,
María Alejandra. (Caracas, 1980)
Sánchez,
José Javier. (Caracas.,1970)
Santaella,
Fedosy. (Caracas, 1970)
Vásquez Carmona, Manuel. (Ciudad Guayana, 1980)
2 comentarios :
ESTA ANTOLOGIA RESUME UN UNIVERSO NACIONAL DE NUEVAS VOCES DE LA NARRATIVA QUE DA TESTIMONIO DE UNA HISTORIA DE LA LITERATURA VENEZOLANA QUE SE CONSTRUYE CADA DIA. SU CONSTRUCCION Y DE ESO TENGO CONOCIMIENTO PARTIO DE LA SOCIALIZACION ABIERTA CON LO QUE SE ESTABA ESCRIBIENDO EN SU MOMENTO EN VENEZUELA, SEGUIMOS REINVENTANDO, REFRESCANDOO, IINNOVANDO, HACIENDO DE LA VIDA UN ENCUENTRO CONSTANTE CON LA FICCION QUE HABITA EN NOSOTROS. BIENVENIDA ANTOLOGIA. PUEDEN CONSEGUIRLA EN LIBRERIAS DEL SUR, O DIRECTAMENTE CON LOS EDITORES A TRAVES DE ESTE BLOG
Por esos caminos de la muerte, nos contó el autor josé javier sánchez, en trozo del universo de quienes luchan por un mundo justo. Por estos caminos de la creación, seguiremos juntos, siempres.
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