viernes, 18 de abril de 2014

BREVE RECUENTO DEL CUENTO BREVE VENEZOLANO


Prólogo de Antología sin fin, compilada por Juan Manuel Parada y Dannybal Reyes

I.             La importancia de un buen inicio.
Desde la publicación de los cuentos El diente roto, de Pedro Emilio Col; El Catire, de Blanco Fombona; y Ovejón, de Urbaneja Achepol, a finales del siglo XIX, se abre en Venezuela un período de altísima producción, con devotos narradores que cimentaron las bases de una cuentística nacional, robusta y diversa; la cual venía germinando desde la década de 1830 con autores románticos encabezados por Fermín Toro y Rafael María Baralt, quienes se acercaron, desde sus limitaciones estéticas, a un género en ciernes que aún no contaba con las convenciones teóricas de Allan Poe y Chéjov.

La fertilidad del siglo XX quedó manifiesta desde sus primeros años con escritores que no sólo renovaron el género puertas adentro, sino que aportaron elementos relevantes para su evolución en Hispanoamérica. Destaca en primer lugar José Rafael Pocaterra, cercano al realismo social, político, portador de un lenguaje directo y agudo, que se negó a la mirada evasiva de los preciosistas de su época, y se centró en problemas neurálgicos de la sociedad; con sus
Cuentos Grotescos, publicados desde 1915, dio un salto adelante en cuanto a formato y temática. Luego, en 1927, Julio Garmendia publica Tienda de Muñecos, relatos en los que incorpora el componente fantástico con maestría y originalidad, así como el humor, la ironía y la parodia, dando inicio a una mirada que aún hoy está vigente. En el año 35 Uslar Pietri publica su cuento La lluvia, reconocido como uno de los antecedentes más representativos del Realismo Mágico, en cuya estructura y lenguaje poético se cifran las claves de una obra magistral. A mediados de siglo Guillermo Meneses publica La mano junto al muro, propuesta cinética, fragmentaria, donde se rompe la linealidad del discurso y se capitalizan las posibilidades plásticas del lenguaje. En la misma línea y por ese mismo periodo, Oswaldo Trejo y Armas Alfonzo experimentan en los formatos narrativos, rompiendo radicalmente con la tradición imperante. En las décadas del sesenta y setenta, figuran Adriano González León, Salvador Garmendia, José Balza y Luis Britto García, renovadores y beligerantes, comprometidos con el cambio radical de una sociedad venezolana en decadencia y la mascarada artística imperativa; desde sus diversos registros temáticos le dieron un vuelco al género elevando el lenguaje con imágenes filosas y metáforas provocadoras. En los últimos veinte años de la centuria pasada, destacan: Alberto Jiménez Ure, quien hizo del horror y lo escatológico la materia prima de su obra; Ángel Gustavo Infante y sus Cerrícolas, conjunto de relatos donde disecciona el microcosmo de las barriadas caraqueñas con un lenguaje preciso y audaz; Gabriel Jiménez Emán, practicante del absurdo, lo onírico y el humor, reconocido actualmente como uno de los máximos exponentes del género mini ficción en Latinoamérica. De igual forma: Wilfredo Machado, Laura Antillano, Israel Centeno, Sael Ibáñez, Barrera Linares, López Ortega, Miguel Gomes, Carlos Sandoval, Méndez Guédez y tantos otros que durante ese período se manifestaron con diversas estéticas, salpicadas del discurso paródico, la ironía, el intimismo, la intertextualidad, lo evocativo, lo fragmentario; volviendo, en la mayoría de los casos, al rescate de la anécdota como columna vertebral del relato.
Esta rápida mirada no pretende inventariar a los mejores cuentistas venezolanos, (la lista sería extensa), sino que se plantea como un paréntesis, para destacar los momentos claves de un género novedoso que ha tenido en el país importantes exponentes.
Transcurridos cien años de alta productividad y excelente factura, podríamos hablar de una tradición cuentística que se extiende hasta hoy positivamente, más allá de los problemas estructurales de difusión y promoción que impidieron el posicionamiento de algunos escritores; muchos de los cuales podrían figurar en las más importantes antologías del cuento hispanoamericano, o en los catálogos editoriales con mayor alcance en el continente. Problema que sin duda incidió en la falta de reconocimiento internacional que tanto enarbolan los especialistas y que en algunos casos paralizó de frustración a nuestros autores y autoras.

II.           Sin conflicto, no hay historia.
La dinámica del cuento en Venezuela se vincula directamente a la actividad editorial. En sus inicios, y hasta bien entrado el siglo XX, las revistas literarias representaron el principal medio de difusión y eje en torno al cual se agruparon escritores según sus intereses estéticos e ideológicos; entre ellas: El Cojo Ilustrado, Cosmópolis, La Alborada, Sagitario, Cultura Venezolana, Actualidades, Válvula, Élite, Contemporaneidad y otras. También fueron de gran influencia los suplementos culturales en diarios de alta circulación, como el Papel Literario de El Nacional, cuyo concurso anual de cuentos reconoció durante décadas a quienes serían exponentes fundamentales del género. Hacia finales de los sesenta y mediados del setenta, comienza un proceso de conformación y consolidación de una industria editorial venezolana, con la creación, por parte del Estado, de Monte Ávila Editores, Fundarte y CELARG.
A partir de allí se comienzan a visibilizar las obras ya clásicas de nuestra literatura y las de nuevos escritores. Además se crean mecanismos de distribución que favorecen el acceso al libro; elemento del que adolecieron las iniciativas independientes anteriores, tanto de los grupos literarios, como de instituciones educativas o entes gubernamentales, que difundían de mano en mano, en eventos, o en las escasas librerías a las que podían llegar. La ausencia casi absoluta de editoriales privadas transnacionales (que sí cuentan con un aparato logístico capaz de llevar a un autor marroquí a lo más profundo de la Argentina) se extendió a lo largo de todo el siglo, configurando un cerco que impidió la promoción de escritoras y escritores criollos más allá de las fronteras. Julio Miranda, en el prólogo de su antología El gesto de narrar, ofrece algunos datos que permiten medir con claridad el ritmo de las publicaciones entre 1969 y 1995; detallando la cantidad de libros de cuentos editados en ese período: 159 títulos, de un total de 220 que abarca también la novela y la nouvelle. Esta cifra luce positiva a primera vista, pero habría que preguntarse ¿Cuántos de esos libros fueron eficazmente distribuidos dentro y fuera del país? ¿Tuvieron la promoción necesaria?
Aún así llegamos a este milenio con una sólida tradición de cuentistas, quizá no reconocidos y valorados como merecen, pero fecunda y estable; tanto así, que muchos de nuestros poetas, dramaturgos, historiadores y periodistas, seducidos por su encanto, se han lanzado a su cultivo.
La era es otra, aunque estemos signados por angustias similares a las del siglo pasado: lucha política, desigualdad, amenaza imperial, posible extinción de la raza humana, discriminación, racismo, pobreza, cambio climático, amor, odio, locura, muerte… Lo que sin duda se ha transformado profundamente son los formatos y mecanismos por medio de los cuales el autor se da a conocer. En primer lugar, la proliferación de Internet y el asentamiento del Blog como espacio personal para la divulgación de contenidos, lo cual permite llegar a un mayor número de lectores. Las revistas literarias digitales, que en Venezuela cuentan con trayectorias superiores a los diez años (Letralia y Ficción Breve Venezolana, por ejemplo; o más recientes como Re-Lectura y Prodavinci), también han servido de catapulta a los nuevos cuentistas. Esta apertura trae consigo una experiencia revolucionaria en cuanto al acceso a la información, tal como ha sucedido cada vez que evolucionan los formatos a través de los cuales se difunde el discurso: papiro, códice, libro. Ante la pregunta de si este contexto ha tenido incidencia en la profusión de la narrativa breve nacional, la respuesta (apresurada quizá) es positiva. Por una parte, el universo lector se ha incrementado notablemente y con ello, su capacidad crítica. En otro orden, el autor asume una figura de auto-editor y promotor, que aunque antes también existía, ahora se abre a nuevas posibilidades, más asequibles, económicas e inmediatas. Una tercera razón responde a la condición convulsa de los nuevos tiempos, al exceso de información reinante y a la cantidad de alternativas que se le presentan al lector cada minuto; esto privilegia la brevedad, elemento esencial del cuento. Asímismo, y altamente significativo, la creación de la editorial El Perro y la Rana, el fortalecimiento de Monte Ávila y FUNDARTE, han contribuido a un proceso de lectura y relectura, donde los autores y autoras vuelven la mirada sobre sus antecedentes literarios y sobre ellos mismos, reconociéndose en sus diferencias y similitudes. Las diversas colecciones y programas emprendidos por estas casas editoras en pos de visibilizar escritores del siglo pasado, novísimos, nacionales y extranjeros, fertiliza el terreno para el buen inicio de este milenio; lo cual se evidencia incluso en el creciente interés de las transnacionales hacia numerosos cuentistas venezolanos. Esto, quién lo duda, robustece la dinámica literaria. Por más que el acto de escribir sea íntimo e individual, el contexto donde dicha actividad se desenvuelve es vulnerable a la aplicación de políticas públicas y a las leyes del mercado. Estos dos componentes modelan la conducta y los hábitos colectivos, determinando qué se lee, según sus intereses, e incluso si se debe leer o no.
Hacia este escenario hemos llegado con el siglo XXI, luego de trece años de transformación permanente, de giros políticos radicales que le dieron un vuelco a las relaciones de poder en el mundo, y la presencia absoluta de las nuevas tecnologías como elemento neurálgico en los procesos comunicacionales y de información.
La silueta de esta era toma relieve y volumen, lo que hasta hace menos de quince años era un bostezo de la posible realidad futura (esbozo profético, porvenir ilusorio) es ahora piel y canto, cuyos códigos han cifrado una legión de cuentistas que invitamos a esta muestra.

III.          Una serpiente que se muerde la cola
Como el azar es hermoso porque depara sorpresas, coincide el rango de fechas de nacimiento de los autores y autoras que hoy día enriquecen la cuentistica venezolana, con el de nuestros pioneros. 1970-85, un siglo después que nacieran Emilio Coll, Urbaneja Achepolh y Blanco Fombona; dato que, sumado al tiempo transcurrido desde la aparición de los primeros cuentos de estos novísimos escritores, y a la cantidad, diversidad y calidad de los mismos, justifica el estudio de lo que podríamos llamar un ciclo histórico de la literatura nacional, donde cada nueva voz de la narración breve se configura para representar una polifonía de mayor resonancia que nos permite descifrar los nacientes rasgos de esta era, su vínculo con el pasado literario, sus búsquedas y negaciones. Porque a este concierto cada quien asiste como solista, con el desenfado que le mueve frente al abismo de la creación, pero sabiéndose parte de una obra que le trasciende, ésa que en sus momentos, representaron otros cuentistas.
Despojados de la típica tendencia a canonizar una generación unificando sus angustias, sus aspiraciones estéticas o la realidad social que los agrupa, comencemos por destacar que por fortuna, el registro temático de los novísimos cuentistas venezolanos oscila de la urbe al campo o del amor al humor, sin perder unidad, pues su línea rectora es un lenguaje depurado, al servicio de la historia y los lectores. Bien se podría hablar del retorno a la anécdota en éstos que, con la valentía de quien se atreve a contar sin exceso de trucos, se conecta con la sensibilidad del que lee y lo mantiene en vilo o en vela, como Sherezada al Califa o la abuela a sus nietos. Sin duda, esta serpiente se muerde la cola, volviendo, una vez más, a los orígenes del género.
Celebramos la amplitud de estas miradas, negadas a la estrechez de paradigmas que imponen lo urbano como única posibilidad de un discurso moderno y se lanzan además a la periferia, o mejor aún, al viaje interno en busca de una original cosmovisión.
Otro rasgo a destacar es que en su gran mayoría las obras de estos narradores se circunscriben al formato canónico del cuento en sus variadas manifestaciones estéticas y temáticas; es decir, relatos cuya estructura permite desarrollar con intensidad una problemática y su despeje, en el marco de la brevedad y economía del lenguaje, propias del género.
Dejamos al tiempo y a la crítica el estudio profundo de estos escritores; a ellos corresponde develar las claves de esta nueva escritura, sus aciertos, sus intenciones estéticas; el aporte que puedan hacer, cada uno de ellos, a la evolución del género. Nuestra intención como investigadores se limita a contextualizar y organizar los trabajos revisados, en la búsqueda de generar escenarios propicios para una lectura integral, que se plantea como un aporte para la compresión de nuestros incipientes procesos literarios.
Sirva este recuento como la mano que descorre el velo y descubre la realidad hasta hace poco negada por los voceros del caos: esos que enarbolaron el fin de la historia, la muerte del libro, la crisis de la narrativa venezolana y el triunfo de la imagen sobre la palabra; ideólogos del fatalismo o militantes del inmovimiento, como los llamara Freire. Ante ese panorama surge un corpus dinámico, de escritores y escritoras que se resisten a un punto final; jóvenes que con sus obras motorizan el torrente de la tradición literaria. Estos autores son testimonio de búsqueda, de quienes aceptan el pasado y se construyen el porvenir sobre la base de sus acciones. Son, además, energía cinética para una sociedad inconclusa, cuya belleza radica precisamente en la capacidad de perfeccionarse, de avanzar siempre, de reinventarse y seguir de nuevo.

He aquí los nombres de algunos de los más destacados jóvenes cuentistas venezolanos, como una invitación a su lectura y seguimiento:

Ávila, Carlos. (Caracas, 1980)
Bartra, Belisa. (Mérida, 1970
Blanco Calderón, Rodrigo. (Caracas, 1981)
Borromé, Julio César. (Valera, 1978)
Briceño, Luis Alfredo. (Miranda, 1982)
Castrillo, Katherine. (Caracas, 1985)
Chapman, Vanessa. (Caracas, 1978)
Díaz, Marianne. (Altagracia de Orituco. 1985)
Echeto, Roberto. (Caracas. 1970)
Figueredo, Gabriel. (Mayacay, 1981)
Frayle, Dayana. (Puerto La Cruz. 1985)
Gentile, Marco T. (Barquisimeto, 1978)
Gómez Jiménez, Jorge. (Cagua, 1971)
León, Yanuva. (Miranda, 1983)
Linares, Soledy. (Escuque, 1978)
Lozada, Carolina. (Mérida. 1974)
Lusinchi, Amílcar. (Barquisimeto, 1984)
Mariño, Eduardo. (San Carlos, 1972)
Martínez Bachrich, Roberto. (Valencia, 1977)
Méndez, Willins. (Cumaná, 1984)
Moreno, José Alejandro. (Caracas, 1972)
Muñoz, Rafael Victorino. (Valencia, 1972)
Parada, Juan Manuel. (Yaritagua, 1980)
Parra, Jesús Ernesto. (La Victoria, 1970)
Payares, Gabriel. (Londres, 1982)
Ramírez, Germán. (Caracas, 1977)
Rodríguez, Jesús. (Cagua, 1984)
Rojas, María Alejandra. (Caracas, 1980)
Sánchez, José Javier. (Caracas.,1970)
Santaella, Fedosy. (Caracas, 1970)
Vásquez Carmona, Manuel. (Ciudad Guayana, 1980)

2 comentarios :

javier dijo...

ESTA ANTOLOGIA RESUME UN UNIVERSO NACIONAL DE NUEVAS VOCES DE LA NARRATIVA QUE DA TESTIMONIO DE UNA HISTORIA DE LA LITERATURA VENEZOLANA QUE SE CONSTRUYE CADA DIA. SU CONSTRUCCION Y DE ESO TENGO CONOCIMIENTO PARTIO DE LA SOCIALIZACION ABIERTA CON LO QUE SE ESTABA ESCRIBIENDO EN SU MOMENTO EN VENEZUELA, SEGUIMOS REINVENTANDO, REFRESCANDOO, IINNOVANDO, HACIENDO DE LA VIDA UN ENCUENTRO CONSTANTE CON LA FICCION QUE HABITA EN NOSOTROS. BIENVENIDA ANTOLOGIA. PUEDEN CONSEGUIRLA EN LIBRERIAS DEL SUR, O DIRECTAMENTE CON LOS EDITORES A TRAVES DE ESTE BLOG

JUAN MANUEL PARADA dijo...

Por esos caminos de la muerte, nos contó el autor josé javier sánchez, en trozo del universo de quienes luchan por un mundo justo. Por estos caminos de la creación, seguiremos juntos, siempres.