Cuando la gente del pueblo se enteró que el Diario de esa
mañana traía como suplemento una víctima de violencia, corrieron a todos los
kioscos para saciar su curiosidad. El despliegue publicitario desbordaba su
percepción. Era un caserío pacífico donde jamás se había dado una bofetada, ni
siquiera una palabra obscena, y vivían en el abrazo solidario de los pobladores
campechanos que de alguna manera están emparentados en sangre e historia.
Hasta ese día, porque era tanto el anhelo de llevarse una
víctima a casa y tan pocos los suplementos que el Diario les destinó, que
tuvieron que usar sus afiladas herramientas de cultivo para labrarse una
víctima propia a la medida de sus deseos.
Juan Manuel Parada
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