sábado, 6 de diciembre de 2014

RADIONOVELA

A este pueblo, en el que nunca sucede nada, llegó un locutor a quien nadie vio jamás, salvo su jefe y los funcionarios de la policía que lo encontraron meses después. Su programa musical era de cuatro a seis de la tarde y tenía la voz tan hermosa que las mujeres se sentaban a suspirar abrazadas a sus radios. Entre canción y canción, el hombre comentaba asuntos relacionados al amor y la vida, y su voz se trepaba por los muslos de las oyentes con esa audacia que tienen las voces cálidas para subir por territorios prohibidos.
Un día otro locutor anunció que su colega, el de cuatro a seis de la tarde, había muerto en condiciones extrañas que no podía detallar. Algunas mujeres, las más jóvenes, lloraron desconsoladas por varias horas; pero otras, la mayoría, sintieron un perverso alivio de saber que no fue de ellas, pero no sería de nadie.
Por Juan Manuel Parada

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