Por Juan Manuel Parada.
Dice la
leyenda que esta mujer absorbía los idiomas por el sexo. Desde niña recorrió el
mundo a bordo de un barco mercante donde conoció hombres de todos los confines,
a quienes sedujo con sus ojos negros para beberles la lengua. El capitán dependía
de sus favores tras la llegada a los puertos, y ella, luego de entregar su
cuerpo al primer sujeto en el muelle, resolvía los asuntos comerciales de la
embarcación e incluso les servía de traductora con las mujeres nocturnas de la
taberna.
La
Malinche, como le decía el marinero mexicano que me contó esta historia, era la
verdadera capitana del barco. La veneraban como a una diosa y la coronaban con
las más estrafalarias joyas por haberles hecho ricos y saciar sus apetitos
carnales con exóticas mujeres.
Un día
encallaron en aquella isla donde la lengua era tan remota que se escribía sobre
piedras y se hablaba con sonidos guturales. Era un pueblo rico en oro, cuyas
mujeres hermosas se paseaban semidesnudas con el sol brillando en sus ojos.
La
Malinche rehusó acostarse con el joven cacique de aquella tribu y ordenó partir
de inmediato. La tripulación enloqueció de furia, viendo quedar atrás tanta
riqueza y tanta pasión, pero ella, con la sabiduría adquirida a través de tanta
lengua y tanta cama, prefirió no conocer el idioma del único hombre al que
podría amar.
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